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Las aventuras de Perro en París

El perro luego llamado Perro fue el último de siete cachorros que nacieron una noche de tormenta en el taller mecánico del Mosca en Zepita y Lafayette, a unas cuadras del Riachuelo. Será por lo del séptimo hijo varón, quizás, pero ya de recién nacido se podía ver su carácter y su elevado instinto de supervivencia, desplazaba a sus hermanos de las tetas de su madre a los tortazos. Un par de meses después, el Mosca puso una caja de cartón en la puerta del taller con los cachorritos y un cartel escrito a mano que decía “en adocción” con una flecha roja dibujada con fibra señalándolos. De a poco los chicos del barrio se los fueron llevando hasta que el perro luego llamado Perro quedó solo, nadie lo eligió porque estaba siempre peleando a sus hermanos y ladraba mucho. El Mosca decidió quedárselo. Le pareció que podía ser un buen guardián para el taller. No le puso un nombre, él se había criado en el campo, en Tapalqué, y le parecía una tontería eso de andar poniéndole nombres a los anim

Taller del Ocio

Leyendo los cursos que se dictaban en Centro Cultural Rojas, se detuvo en TALLER DEL OCIO. Volvió a leer y comprobó que no había leído mal. Se excitó muchísimo, ese es el curso que necesitaba.  Jamás soñó que pudiese existir un curso donde se enseñaba y alentaba al ocio. Su vida siempre fue estar ocupado 25 horas de las 24 que tienen  los días. El verbo gestión podría definir su calidad de vida.  Era inalcanzablemente ambicioso: sus días los dedicaba a abrir sociedades, ir a bancos, tratar con proveedores, reuniones con sus empleados y todo lo concerniente a una actividad empresarial. Gracias a este desempeño era propietario de ocho boliches en Palermo Soho, cuyas ganancias le permitieron obtener un ACV, del que milagrosamente pudo salir. Los médicos le advirtieron que se repetiría de seguir este ritmo digno de una centrifugadora más que de un ser humano. Mientras estuvo internado descubrió que existían "otros rubros" en la vida de una persona, que en nada con

Hay un cadáver

Miércoles 8:00 am, el salón está a su máxima capacidad. Desde que el nuevo instructor de baile llegó la clase aumentó en un 40% su asistencia. Todos hablan de su técnica y de lo fácil que se da cada paso y cada movimiento con los diferentes ritmos que va enseñando. Los presentes en su mayoría llevan dos semanas asistiendo, ya buena parte de los alumnos se conocen y han formado hasta pequeños grupos, pero este miércoles hay una cara nueva. Es una chica alta, muy pálida, de cabellos castaños y con porte latino, que interrumpe la clase. Detuvo la música al tropezar con el cable del computador, apagando el aparato. Se hace un silencio inmediato, de esos silencios que hacen escándalo, todos voltean a verla y algunos hasta con enojo. Ella con vergüenza pide disculpas y se dirige a una de las esquinas pretendiendo ser invisible. Rápidamente el profesor toma el control, enciende el computador, ajusta los parlantes e invita a continuar. Ella en la esquina se repone de la vergüenza y va reco

Día de elecciones

   La Pacific Avenue es una avenida sinuosa con curvas y contracurvas rodeada de álamos robustos y viejos, que nos conduce del centro de Vermont, capital del estado de Montana, hacia los suburbios.    La nieve nos instala en un clima hostil, no se ven jóvenes que practiquen deporte con esas patinetas especiales, tampoco niños haciendo los clásicos muñecos.    La Pacific Avenue continúa y se vuelve ruta hacia la frontera con Canadá. Al girar vemos un cartel que nos dice: "Barrio Kennedy".    En un hermoso chalet de esta urbanización viven el señor John Collins y su esposa, la señora Patti. Hoy, como cada cuatro años, es día de elecciones presidenciales. El crepúsculo cae sobre las afueras de Vermont. John y Patti están descansando en la cama. Los Collins viven solos: sus hijos están en California. A menudo, la señora Collins se queja: los jóvenes de Vermont se van a California porque hay mejores posibilidades de empleo.  Patti le pregunta a John:      -¿Gana el Parti